20 de octubre de 2010

CRITICA TEATRAL: EL nombre: Amor… no se va a llamar

En los intersticios de las relaciones, en los silencios que dicen más que las palabras, en la imposibilidad de nombrar –porque sino compromete o duele-, ahí se entromete la obra El nombre, de Jon Fosse con dirección de Analía Fedra García.

Hay un merito enorme en la traducción del texto, realizada por la misma directora y Luís Cano, ya que en la cadencia del mismo esta basada el tempo y la profundidad de la pieza. Los diálogos (los que se concretan y los sordos), los pequeñísimos monólogos, la cotidianeidad de las palabras, junto con sus pausas, son una finísima pero abigarrada red en la que se sustenta el devenir desangelado y opaco de esos seres.
Otro merito, esta vez en la dirección, es el registro minimalista y puntilloso que se eligió para exhibir ese mundo, tanto en el delineamiento de los personajes como en sus interrelaciones.
Porque, a modo de los icebergs, el mundo interior de cada uno de ellos es vislumbrado en la superficie de lo cotidiano. Nada es banal o sin sentido en las frases, silencios o acciones de estos seres. El gran hallazgo de García es que ahondando en esta cotidianeidad es donde halló el denso extrañamiento que envuelve la obra.
Un elenco sensible e impecable permite que la pieza no abandone, en ningún momento, su lograda cadencia. Las actrices y los actores logran intensas aristas. Así se puede sentir la ternura desamparada de María Eugenia López; el miedo al compromiso de Alfredo Staffolani; el desencanto de Fabiana Falcón y Horacio Marassi; la juventud que no halla su lugar de Verónica Mayorga; y la desaprensión de Sebastián Raffa.
El diseño de escenografía y vestuario de José Daniel Menossi se imbrican con la idea de que lo cotidiano de paso a lo extraño. Es de vital importancia el sutil diseño de luces de Marco Pastorino.
El nombre es una obra que llama a pensar el porque cuesta tanto llamar las cosas por su….

Gabriel Peralta

5 de octubre de 2010

Jon Fosse - El hombre de los silencios; el hombre de Noruega

Considerado sucesor de Ibsen y de Beckett, es uno de los dramaturgos contemporáneos más respetados; en diálogo con LA NACION, anuncia el retorno al teatro de texto

Lunes 4 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa



Por Pablo Gorlero
Enviado especial

OSLO.- Hace dos semanas, Noruega llenaba sus paladares con el exquisito néctar de las nueve musas. Alrededor de la plaza Spikersuppa, en una esquina podía escucharse un fragmento de La Traviata, y dos cuadras más adelante, un espléndido cover de jazz. A los cien metros, la estatua de Henrik Ibsen, envuelta en cintas rojas, blancas y azules, le hacía un guiño a un dramaturgo sucesor que, discreto, se deslizaba por el teatro Nacional. Gordito, con la nariz colorada y terriblemente tímido, a Jon Fosse no le quedaba otra que escurrirse por los pasillos de esa belleza arquitectónica para recibir un premio soñado y para hacerse cargo de ser el referente teatral contemporáneo más fuerte de Noruega.

El autor de El nombre , La noche canta sus canciones , El hijo y tantas otras obras de la nueva dramaturgia europea, recibió el Premio Internacional Ibsen 2010, el mismo que el año pasado le dieron a la directora francesa Ariane Mnouchkine y el año anterior a Peter Brook. Pero no sólo es un premio que envuelve de prestigio, sino que es una caricia a la tranquilidad económica: otorga nada menos que 300.000 euros.

Fosse viajó desde la bellísima ciudad de Bergen, donde reside, y estuvo toda esa mañana deambulando por el teatro para recibir a las autoridades y a la prensa. Pasado el mediodía, a media tarde, durante la sencillísima ceremonia, subió al escenario, recibió un ramo de flores, un enorme diploma y ubicó el premio bajo su axila. Aunque tenía el micrófono inalámbrico puesto, quiso escapar sin hablar. Lo detuvieron y no le quedó otra que agradecer y justificar sus pocas palabras porque había bebido un poco de más en el almuerzo. Era una excusa graciosa. A Fosse le ganan siempre la timidez y la humildad, pero el humor lo rescata de ese color rojizo que suelen tomar sus mejillas.

El comité del Festival Ibsen comunicó que ese gran premio era para Fosse por "su autoría dramática única, que abre puertas escénicas a los mudos misterios que persiguen los seres humanos desde el nacimiento hasta su muerte".

Hoy en día, Jon Fosse es uno de los principales nombres de la dramaturgia moderna europea. Y para los noruegos es su principal embajador cultural, ya que su sensibilidad abraza los cinco continentes desde 1994. Con orgullo, sus compatriotas contabilizan unas 900 producciones de sus obras en todo el mundo (pero, sin duda, debe de haber más). Sólo tiene 50 años y se siente un marginal en el mundo artístico. No suele ir al teatro y se adentró en el mundo de la dramaturgia sólo por pedido. Ya en sus primeras obras, Jon Fosse demostró que pronto su estilo comenzaría a hacerse visible. Lo caracterizan sus diálogos poéticos, sus repeticiones y la ausencia de esos conflictos incisivos que conforman el núcleo del drama occidental.

En la hermosa terraza del teatro Nacional (ver aparte) recibió a LA NACION, único medio de América latina, para hablar brevemente de su carrera y este momento de homenajes y reconocimientos. "Estoy sorprendido por la decisión de este jurado, integrado también por alguien a quien admiro mucho y que es muy respetado: Patrice Chéreau. Estoy muy agradecido por que me hayan elegido", afirma en referencia al premio.

-Con Patrice Chéreau trabajó muy directamente en el montaje de Yo soy el viento . ¿Suele trabajar al lado de algunos directores en los montajes de sus obras?

-No, en absoluto. El director seguramente ve al autor como una carga. En el caso de Chéreau, es distinto. Intercambiamos e-mails con frecuencia. Me hacía preguntas y se las respondía lo mejor posible. Pero nunca voy a ensayos ni nada por el estilo.

- Y cuando sale de ver sus obras, ¿suele opinar sobre el montaje?

-Tengo una política que consiste en no hacer declaraciones oficiales sobre las puestas que he visto de mis obras. Es muy difícil que vean mi opinión en los diarios sobre alguna obra. Los dejo a todos contentos. Mucho menos podría hacer un comentario al salir de un estreno. Los artistas salen con cierta felicidad, aunque sepan que lo que hicieron no es de lo mejor. Bueno, pasalo lindo. ¿Por qué tengo que arruinarte la noche?

-¿No le da un poco de miedo o curiosidad cuando otorga el permiso para que representen sus obras en el exterior?

-Me entusiasma mucho saber de la existencia de alguna producción en otro país. Y cuanto más lejano sea, más me gusta. He viajado 24 horas para ver alguna de mis producciones. Mi responsabilidad se limita a la adaptación. Confío en la publicación original, pero no puedo hacer un estricto control de las traducciones. Es casi imposible. Sé lo que son las traducciones y que las puestas varían, pero mi parte está hecha en el texto. Bueno, claro que he visto algunas producciones malísimas y otras muy buenas. Pero me interesa cómo trabajan los directores con mis textos. Cuanto más fuertes son las voces de los directores, y cuanto menos buscan imponer mi presencia, más puros aparecen mis textos. Es extraño. Uno de los peligros es imponer la voz del autor.

-Pero usted siempre manifiesta una gran preocupación, un interés especial por el lenguaje teatral...

-Mi ambición es que la esencia de la escritura sea clara y que refleje de un modo fiel lo local y lo universal a la vez. Pero también trato de desaparecer, aunque se advierta claramente mi presencia, la del autor. No soy muy consciente de lo que escribo cuando lo estoy haciendo. Prefiero ignorar sobre lo que escribo y sólo intento escribir lo más preciso que puedo. Claro que estoy diciendo algo, y sé que el texto dice algo sobre mí.

-¿Por qué dejó la novela para dedicarse a la dramaturgia?

-Empecé a pensar que la perspectiva de mi escritura era muy distante en las novelas. En ese sentido, es más fácil escribir teatro, porque estás en todos lados y en ninguno a la vez. Estás más cerca de vos mismo y conectado.

-¿Cuál es su relación con el teatro de Ibsen y qué siente cuando lo comparan con él?

-Es una pregunta interesante. Eso es injusto con Ibsen y conmigo. El era un dramaturgo inmenso. No podemos comparar a Pinter con Ibsen, ni a él con Shakespeare. No está bien comparar a un dramaturgo tan enorme como Ibsen conmigo.

-Escuché por ahí que siempre escribe acompañado...

-Sí. Para mí es un placer enorme el trabajo creativo, en Bergen, con esos paisajes y con la compañía de mi perrito. Es el tercero que tengo. Quise ponerle Beckett, pero es tan chiquito que no corresponde que lo llame así... Tampoco lo podía llamar Ibsen. Así que decidí llamarlo Eckhard.

-¿Cómo lleva una vida normal alguien a quien todo el mundo todo el tiempo lo llama genio? ¿Le afecta el ego?

-No; para ser sincero, trato de vivir mi vida del modo más distante a eso. Hay algunas ocasiones sociales muy raras. Pero sigo con mi pequeña y normal vida.

-Encontró un atractivo especial en revisar tragedias griegas...

-He reescrito versiones de Edipo rey, Edipo en Colona e Ifigenia . Sólo trato de escuchar esas voces tan antiguas. Son tan fuertes. No es difícil, en ese sentido, ajustar las voces y hacerlas hablar a mi modo.

-En sus obras, aquello que sus personajes no dicen es casi tan importante, o más, que aquello que dicen. Esos silencios hablan en usted a la hora de pensarlos.

-Creo que en mi escritura, e incluso en un sentido más amplio, no es tan importante lo que se dice, y lo que se dice no está precisamente ni en las palabras ni en los bordes. Lo que está en el lado invisible es lo importante porque en lo invisible está lo dicho. Para escribir una buena obra, tenés que escribir pensando en esas fuerzas que no se ven. En una buena producción lo invisible se hace casi visible. Esa es la esencia del teatro.

¿Qué piensa de las nuevas tendencias teatrales en el mundo?

-Cada país es diferente. En Alemania, por ejemplo, hay algunas formas nuevas, pero corresponden a formas de transición. No hay grandes tendencias mundiales.

-¿Hay un regreso al teatro de texto?

-Puede ser. En los años 80, uno trataba de hacer teatro de acuerdo con un modo determinado, pensando en los artistas. Pero cuando ya pasaron 15 o 20 años, uno se aburre porque ya vio esas performances muchas veces. Puede ser que estemos yendo de regreso a las obras de texto.

PARA AGENDAR

El nombre , de Jon Fosse, dirigida por Analía Fedra García.

La Carbonera , Balcarce 998 (4362-2651). Viernes, a las 22.45. De 25 a 40 pesos.





http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1310989

El nombre II Por Agustina Barboza

A veces la ausencia de algo, es una forma de expresar una idea. Cuando entramos a La Carbonera, lo primero que se nos pasa por el cuerpo como una sensación es la austeridad de la escenografía.

Al inicio de la obra, nos encontramos con una de las actrices. Esto es lo que aporta una presencia fuerte que contrapone la aparente carencia de significado de los elementos.

El espacio es único. El living de una casa perdida en un pueblo pesquero. Una familia recibe la visita de una de sus hijas que se había ido hace un tiempo por motivos no especificados. El embarazo de ella es la gran noticia.

El nombre habla de reencuentros, de desencuentros. La comunicación y la falta de ella. La ausencia de palabras y la ausencia de la expresión en el habla. La gestualidad es el elemento que se rescata como vía de expresión de lo que se piensa piensa y se quiere.

Sin embargo no es una historia muerta, por el contrario, esta cargada de intenciones y de pensamientos que se quedan en la ausencia del silencio, pero que pesan por si mismos y que constituyen un elemento importante en la puesta en escena.

Algo que pareciera ser (también) de gran importancia en esta obra son las entradas y salidas de los personajes a este espacio. La directora resalta estas acciones con una escenografía que ayuda a marcar los pasos de los cuerpos en el espacio. Una puerta que da a un pasillo y este a la cocina, un recorrido del actor en un supuesto espacio neutro pero que a su vez se ve su presencia física. La presencia corporal de los cuerpos también tiene gran peso en la historia, tengan o no texto. Importa el estar in situ, para a veces, remarcar la soledad de los personajes.

Es interesante la química que los actores tienen en escena, y los opuestos que por ocasiones proponen los personajes de la historia-

El final es extraño, en cuanto a texto ya que nos deja un sin sabor, que a su vez tiene relación con el no significado de otras acciones de la obra.

La obra cierra nuevamente con la presencia de la actriz protagónica.

Después de todo, seguimos sin saber el nombre de él o de ella.

http://www.leedor.com/notas/ver_nota.php

“La soledad de los fiordos”- Por Silvia Sánchez Urite

Jon Fosse, nacido en 1959 es el dramaturgo actual más importante de Noruega. Considerado como el heredero de Ibsen, en Argentina se han estrenado tres de sus obras y hay dos en cartel:

Las obras estrenadas en Buenos Aires son: El Hijo (Sonen), dirigida por Martín Tufró y estrenada en 2008 en el Camarín de las musas; La noche canta sus canciones, dirigida por Daniel Veronese, actualmente en el Teatro Timbre 4.

Llega una nueva pieza, El nombre, con dirección de Analía Fedra García, en el Teatro La Carbonera del barrio de San Telmo.

La historia, como todas las de Fosse, es simple: Bea, una mujer con un avanzado embarazo llega a la casa de sus padres con su pareja, un chico mas joven que ella. Allí está su familia: la díscola hermana menor, la terrible madre y el autoritario padre. Y también ronda la figura de un ex novio.

Los climas de las obras de este dramaturgo noruego se pueblan de casas lejanas, vientos de los fiordos, soledad, estepa. Y también ausencia en los rostros.

Bea parece enojada y victimizada al mismo tiempo, esa contradicción hace crecer su personaje. “Él”, el novio vive en un mundo de libros, completamente ajeno a la fauna local (la hermanita, la madre, el padre). Una de las mejores escenas es cuando estos sórdidos personajes sueltan groseras risotadas ante las extravagantes lecturas (metafísicas) del chico.

Hay preguntas sin respuesta, y eso es lo rico. ¿Por qué se fue Bea? ¿Qué pasó con la hermana mayor, apenas mencionada algunas veces? ¿Cuál es la tensión entre el padre y la madre?

La escenografía, simple y escueta apela a un imaginario boreal. Puertas en el aire, ventanas transparentes. Sin embargo, el universo de Fosse se puede universalizar. La traducción de Luis Cano y Analía Fedra García es acertada, y no perturba el desenvolvimiento del discurso de los personajes.

Entre las actuaciones se destacan María Eugenia López (Bea), Horacio Marassi (padre) y Verónica Mayorga (Hermana). Los otros integrantes del elenco acompañan de forma adecuada: Fabiana Falcón (Madre), Alfredo Staffolani (Chico) y Sebastián Raffa (Byarne).


http://www.silviauriteteatro.blogspot.com/