Lunes 4 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Pablo Gorlero
Enviado especial
OSLO.- Hace dos semanas, Noruega llenaba sus paladares con el exquisito néctar de las nueve musas. Alrededor de la plaza Spikersuppa, en una esquina podía escucharse un fragmento de La Traviata, y dos cuadras más adelante, un espléndido cover de jazz. A los cien metros, la estatua de Henrik Ibsen, envuelta en cintas rojas, blancas y azules, le hacía un guiño a un dramaturgo sucesor que, discreto, se deslizaba por el teatro Nacional. Gordito, con la nariz colorada y terriblemente tímido, a Jon Fosse no le quedaba otra que escurrirse por los pasillos de esa belleza arquitectónica para recibir un premio soñado y para hacerse cargo de ser el referente teatral contemporáneo más fuerte de Noruega.
El autor de El nombre , La noche canta sus canciones , El hijo y tantas otras obras de la nueva dramaturgia europea, recibió el Premio Internacional Ibsen 2010, el mismo que el año pasado le dieron a la directora francesa Ariane Mnouchkine y el año anterior a Peter Brook. Pero no sólo es un premio que envuelve de prestigio, sino que es una caricia a la tranquilidad económica: otorga nada menos que 300.000 euros.
Fosse viajó desde la bellísima ciudad de Bergen, donde reside, y estuvo toda esa mañana deambulando por el teatro para recibir a las autoridades y a la prensa. Pasado el mediodía, a media tarde, durante la sencillísima ceremonia, subió al escenario, recibió un ramo de flores, un enorme diploma y ubicó el premio bajo su axila. Aunque tenía el micrófono inalámbrico puesto, quiso escapar sin hablar. Lo detuvieron y no le quedó otra que agradecer y justificar sus pocas palabras porque había bebido un poco de más en el almuerzo. Era una excusa graciosa. A Fosse le ganan siempre la timidez y la humildad, pero el humor lo rescata de ese color rojizo que suelen tomar sus mejillas.
El comité del Festival Ibsen comunicó que ese gran premio era para Fosse por "su autoría dramática única, que abre puertas escénicas a los mudos misterios que persiguen los seres humanos desde el nacimiento hasta su muerte".
Hoy en día, Jon Fosse es uno de los principales nombres de la dramaturgia moderna europea. Y para los noruegos es su principal embajador cultural, ya que su sensibilidad abraza los cinco continentes desde 1994. Con orgullo, sus compatriotas contabilizan unas 900 producciones de sus obras en todo el mundo (pero, sin duda, debe de haber más). Sólo tiene 50 años y se siente un marginal en el mundo artístico. No suele ir al teatro y se adentró en el mundo de la dramaturgia sólo por pedido. Ya en sus primeras obras, Jon Fosse demostró que pronto su estilo comenzaría a hacerse visible. Lo caracterizan sus diálogos poéticos, sus repeticiones y la ausencia de esos conflictos incisivos que conforman el núcleo del drama occidental.
En la hermosa terraza del teatro Nacional (ver aparte) recibió a LA NACION, único medio de América latina, para hablar brevemente de su carrera y este momento de homenajes y reconocimientos. "Estoy sorprendido por la decisión de este jurado, integrado también por alguien a quien admiro mucho y que es muy respetado: Patrice Chéreau. Estoy muy agradecido por que me hayan elegido", afirma en referencia al premio.
-Con Patrice Chéreau trabajó muy directamente en el montaje de Yo soy el viento . ¿Suele trabajar al lado de algunos directores en los montajes de sus obras?
-No, en absoluto. El director seguramente ve al autor como una carga. En el caso de Chéreau, es distinto. Intercambiamos e-mails con frecuencia. Me hacía preguntas y se las respondía lo mejor posible. Pero nunca voy a ensayos ni nada por el estilo.
- Y cuando sale de ver sus obras, ¿suele opinar sobre el montaje?
-Tengo una política que consiste en no hacer declaraciones oficiales sobre las puestas que he visto de mis obras. Es muy difícil que vean mi opinión en los diarios sobre alguna obra. Los dejo a todos contentos. Mucho menos podría hacer un comentario al salir de un estreno. Los artistas salen con cierta felicidad, aunque sepan que lo que hicieron no es de lo mejor. Bueno, pasalo lindo. ¿Por qué tengo que arruinarte la noche?
-¿No le da un poco de miedo o curiosidad cuando otorga el permiso para que representen sus obras en el exterior?
-Me entusiasma mucho saber de la existencia de alguna producción en otro país. Y cuanto más lejano sea, más me gusta. He viajado 24 horas para ver alguna de mis producciones. Mi responsabilidad se limita a la adaptación. Confío en la publicación original, pero no puedo hacer un estricto control de las traducciones. Es casi imposible. Sé lo que son las traducciones y que las puestas varían, pero mi parte está hecha en el texto. Bueno, claro que he visto algunas producciones malísimas y otras muy buenas. Pero me interesa cómo trabajan los directores con mis textos. Cuanto más fuertes son las voces de los directores, y cuanto menos buscan imponer mi presencia, más puros aparecen mis textos. Es extraño. Uno de los peligros es imponer la voz del autor.
-Pero usted siempre manifiesta una gran preocupación, un interés especial por el lenguaje teatral...
-Mi ambición es que la esencia de la escritura sea clara y que refleje de un modo fiel lo local y lo universal a la vez. Pero también trato de desaparecer, aunque se advierta claramente mi presencia, la del autor. No soy muy consciente de lo que escribo cuando lo estoy haciendo. Prefiero ignorar sobre lo que escribo y sólo intento escribir lo más preciso que puedo. Claro que estoy diciendo algo, y sé que el texto dice algo sobre mí.
-¿Por qué dejó la novela para dedicarse a la dramaturgia?
-Empecé a pensar que la perspectiva de mi escritura era muy distante en las novelas. En ese sentido, es más fácil escribir teatro, porque estás en todos lados y en ninguno a la vez. Estás más cerca de vos mismo y conectado.
-¿Cuál es su relación con el teatro de Ibsen y qué siente cuando lo comparan con él?
-Es una pregunta interesante. Eso es injusto con Ibsen y conmigo. El era un dramaturgo inmenso. No podemos comparar a Pinter con Ibsen, ni a él con Shakespeare. No está bien comparar a un dramaturgo tan enorme como Ibsen conmigo.
-Escuché por ahí que siempre escribe acompañado...
-Sí. Para mí es un placer enorme el trabajo creativo, en Bergen, con esos paisajes y con la compañía de mi perrito. Es el tercero que tengo. Quise ponerle Beckett, pero es tan chiquito que no corresponde que lo llame así... Tampoco lo podía llamar Ibsen. Así que decidí llamarlo Eckhard.
-¿Cómo lleva una vida normal alguien a quien todo el mundo todo el tiempo lo llama genio? ¿Le afecta el ego?
-No; para ser sincero, trato de vivir mi vida del modo más distante a eso. Hay algunas ocasiones sociales muy raras. Pero sigo con mi pequeña y normal vida.
-Encontró un atractivo especial en revisar tragedias griegas...
-He reescrito versiones de Edipo rey, Edipo en Colona e Ifigenia . Sólo trato de escuchar esas voces tan antiguas. Son tan fuertes. No es difícil, en ese sentido, ajustar las voces y hacerlas hablar a mi modo.
-En sus obras, aquello que sus personajes no dicen es casi tan importante, o más, que aquello que dicen. Esos silencios hablan en usted a la hora de pensarlos.
-Creo que en mi escritura, e incluso en un sentido más amplio, no es tan importante lo que se dice, y lo que se dice no está precisamente ni en las palabras ni en los bordes. Lo que está en el lado invisible es lo importante porque en lo invisible está lo dicho. Para escribir una buena obra, tenés que escribir pensando en esas fuerzas que no se ven. En una buena producción lo invisible se hace casi visible. Esa es la esencia del teatro.
¿Qué piensa de las nuevas tendencias teatrales en el mundo?
-Cada país es diferente. En Alemania, por ejemplo, hay algunas formas nuevas, pero corresponden a formas de transición. No hay grandes tendencias mundiales.
-¿Hay un regreso al teatro de texto?
-Puede ser. En los años 80, uno trataba de hacer teatro de acuerdo con un modo determinado, pensando en los artistas. Pero cuando ya pasaron 15 o 20 años, uno se aburre porque ya vio esas performances muchas veces. Puede ser que estemos yendo de regreso a las obras de texto.
PARA AGENDAREl nombre , de Jon Fosse, dirigida por Analía Fedra García.
La Carbonera , Balcarce 998 (4362-2651). Viernes, a las 22.45. De 25 a 40 pesos.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1310989
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