3 de noviembre de 2010

El silencio es un visitante incómodo

espectaculos

Lunes, 11 de octubre de 2010

TEATRO › ANALIA FEDRA GARCIA DIRIGE EL NOMBRE, DEL NORUEGO JON FOSSE

El silencio es un visitante incómodo


La pieza montada por García puede verse en La Carbonera, del barrio de San Telmo.
Imagen: Bernardino Avila


La directora señala que en la obra recientemente estrenada “los silencios operan en el querer encontrarse con el otro: los personajes prueban pero no pueden”. Se trata de una sórdida historia familiar en la que todos los integrantes tienen algún motivo para callar.

¿Por qué el silencio es, en una conversación, un visitante incómodo? El teatro nunca contestará eso. El silencio puede ser el protagonista de una historia, el centro en el que se cruzan los hilos de la acción; por eso el teatro puede, en todo caso, generar otras preguntas. No por nada el silencio ha sido –y es– motivo de análisis al interior de la disciplina. Hasta parece que la actualidad dramática tiene su rey de los silencios: el noruego Jon Fosse, dramaturgo poco difundido por estas tierras. Como sus textos traducidos al castellano escasean, no está de más aprovechar lo que la cartelera local tiene para ofrecer del hombre al que el mundo señala como el sucesor de Ibsen. Analía Fedra García acaba de estrenar El nombre (La Carbonera, Balcarce 998, los viernes a las 22.45), una sórdida historia familiar en la que todos los personajes tienen algún motivo para callar.

Es la historia de una espera, la del hijo de Beate (María Eugenia López), quien vuelve a la casa de sus padres con su panza como sorpresa. A su novio (Alfredo Staffolani) no se lo ve cómodo con ese futuro que se le viene encima. La espera da lugar a diferentes tensiones, protagonizadas por una pareja de jóvenes cuyas personalidades son incompatibles y un padre (Horacio Marassi) de quien se supone que dará el grito en el cielo al enterarse de la maternidad de su hija. A eso se suma el encuentro de Beate con un viejo amor, Bjarne (Sebastián Raffa). El nombre es la historia de una espera y la de unos vínculos modificados por ella, aunque a simple vista no lo parezca.

Analía Fedra García es, junto con Luis Cano, también traductora de esta obra, la tercera de Jon Fosse que llega a la cartelera porteña. Las otras son El hijo (dirigida por Martín Tufró) y La noche canta sus canciones (actualmente en cartel, versión de Daniel Veronese). La traducción fue reto obligado ante la ausencia de obras del noruego en castellano, tanto en librerías como en Internet. “Los textos de El nombre son muy acotados, concisos”, explica García. “Por eso, el peligro era que la traducción sea literal y no teatral. Tuve que encontrar una expresión que pueda ser dicha por un actor y que mantenga lo que el autor planteó.”

Cuando buscaba una segunda obra para dirigir –la primera fue Chiquito, de Luis Cano–, García quedó encantada con el texto de Fosse, porque “es generoso en sentido teatral”. Le representaba un desafío, cuenta, porque “el universo que plantea es muy particular”. Lo que ella entiende como diferente es, precisamente, la característica que se le subraya a Fosse a nivel mundial: el hecho de que los personajes callen. “Me gustó mucho cómo se generan los lazos. Están en los silencios, los acercamientos, las tensiones, las distancias. En lo que los personajes dicen y en lo que no”, analiza García. Lo dijo una vez Fernando Pessoa: hablar es la mejor forma de volverse desconocido.

La historia transcurre en una casa de campo. “Como estamos en una ciudad, queríamos generar algo de aquel imaginario desolado, descampado”, explica García. Para conseguirlo debieron “engendrar un ambiente sonoro”. Por eso, al silencio que eligen los personajes se opone un sonido que los acompaña durante toda la obra, el resoplido del viento que ingresa por las hendijas. “Para hacer patente la ausencia de diálogo se hizo necesario generar un afuera que irrumpe entre ellos. Y nos parecía necesario que estuviese todo el tiempo”, subraya la directora.

–En la historia del teatro, al silencio siempre le correspondió una interpretación. Se ha dicho que en Artaud, por ejemplo, los silencios apuntaban a las sensaciones escondidas por la moral. ¿Qué significan los silencios en esta obra?

–No están en vano. No es un “me callo la boca porque hablo poco o no sé qué decir” ni busca evitar conflictos. Los silencios operan en el querer encontrarse con el otro: los personajes prueban pero no pueden. Surgen por no saber qué hacer con el que tienen adelante. En el texto eso está extremado en cómo se juega, pero nos pasa en la vida cotidiana. A veces, en lugar de contestar, entregamos un gesto. Por eso es que no lo leí tanto como silencio, sino como gesto. Y en definitiva, el silencio es un gesto también.

–¿Y cuáles son las razones particulares por las que estos personajes callan?

–Cada persona puede proyectar, generar esas razones. Hicimos una construcción grupal de los personajes, es decir, son consecuencia de los vínculos que se generaron en el elenco. Por eso, lo del silencio no tiene que ver sólo con el texto, sino también con el actor. Cada uno pasa por cosas diferentes, por eso los silencios iban a ser distintos en cada caso. Sí hubo muchas propuestas por parte de los actores, que crearon hipótesis sobre qué podría haber pasado. En el terreno de lo no dicho, es importante que la hipótesis esté para sostener la ficción, pero no que sea leída como real. Lo interesante es que en los silencios el espectador completa, hace bastante trabajo.

–¿Qué ocurre en esta obra con la acumulación de la tensión? Hay algo que nunca explota, como en Chéjov.

–Sí. De todos modos, en Chéjov tiene más carnadura: es más evidente la latencia de eso que te lleva a pensar que la historia va a explotar. Está más expuesto. En Chiquito los personajes acumulaban tensión y llegaba un momento en que explotaba todo y se destruía. A estos actores les planteé la condensación: cuando parece que el novio va a venir con el hacha y se va a romper todo, hay una implosión. La tensión, en lugar de irse para afuera, produce un desmoronamiento interno. Los personajes se desarman. Uno de los actores me dijo algo que me pareció buenísimo: lo que no se nombra se repite. Ellos repiten textos, hay leitmotivs que se repiten. Eso se da porque ellos no nombran lo que tienen que nombrar.

Entrevista: María Daniela Yaccar.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-19567-2010-10-11.html


TEATRO // INCOMUNICADOS Por: Gabriela García Morales - 28/08/2010





Los viernes en La Carbonera se presenta El nombre, la obra de Jon Fosse auspiciada por la embajada de Noruega, con dirección de Analía Fedra García, quien encontró y tradujo este texto intenso y poético.



Si se quiere ser una persona
hay que pensar en todas las personas,
en todos lo que no nacieron,
en todos los muertos
y en todos los vivos.

Jon Fosse

Esta obra El nombre, una de las varias de Jon Fosse estrenadas en nuestro país cuenta con el apoyo de la Real Embajada de Noruega en Argentina. Jon Fosse, reconocido y aclamado dramaturgo, es en la actualidad, el autor noruego más representado después de Ibsen, y considerado como uno de los autores europeos contemporáneos más talentoso de su generación. Se destaca por haber creado su propio lenguaje teatral donde el silencio y las pausas dicen más que las palabras.


La historia es la de Bea, una chica que vuelve a la casa de sus padres. Está a punto de tener un hijo con un joven tan inmaduro como ella. El no viaja con ella y llega unas horas más tarde. Ambos vienen a quedarse, no tienen adónde ir. La casa familiar se hace más necesaria y asfixiante que nunca. Para recibirlos están la madre, el padre, la hermana y un antiguo novio. Los vínculos familiares antiguos y renovados a la vez, se tensan y reavivan.

La obra permanentemente marca un afuera y un adentro, el silencio y la incomunicación impiden una buena relación interpersonal. Cada uno es una isla que reacciona sin tener en cuenta al otro.
La esperanza es esa vida que está por llegar. Un bebé lleno de curiosidades está por nacer y se siente con fuerza.

El Nombre es un espectáculo sobre padres e hijos: sobre el momento en el que se es simultáneamente madre e hija; hijo y padre. Desde allí la obra contempla lo incierto de este devenir.

El ritmo de la obra es pausado y tenso, crea una sensación de angustia que es la que viven esos personajes opacos y desesperanzados.

Son varios los textos de este autor noruego que se han representado últimamente en Buenos Aires. Daniel Veronese hizo un puesta excelente de La noche canta sus canciones, Martín Tufró dirigió El hijo en el Camarín de las musas y ahora es Analía Fedra García con Nombre en La Carbonera.


Analía Fedra García encontró, tradujo y dirigió este texto de Fosse entendiéndolo como un desafío que continúa la línea de su puesta anterior: con Chiquito, de Luis Cano trabajó la problemática de la puesta en escena de un texto contemporáneo con rupturas espacio – temporales continuas. En El Nombre, abordó los vínculos familiares haciendo perceptible el extrañamiento de lo cotidiano.


En palabras de la directora:

De ‘El nombre’ me interesó el entramado entre lo dicho y lo no dicho, lo familiar y lo extrañado, lo gestual como un elemento preponderante en la constitución dramatúrgica del texto. Las palabras junto a los gestos, los silencios, los acercamientos y distancias de los personajes entre sí configuran la cualidad expresiva tan particular de la obra de Fosse. Ante esta obra quizá podamos comprendernos más a nosotros mismos en nuestros vínculos más primarios.

EL NOMBRE – JON FOSSE octubre 2010

Excelente. Un drama que se desarrolla desde el embarazo avanzado de Bea. Llega Bea a la casa paterna y llega su novio, más tarde porque según repite Bea “no quiere que lo vean con ella”. El traumático encuentro con la familia con la que ninguno de los dos quiere estar pero no saben a que otro lugar ir. Allí el nombre comienza a jugar su papel, hay que elegirle el nombre al niño. Bea insiste y desprecia la idea de su novio que incluyen los nombres de los abuelos que recuerda con cariño. También propone pensarlo luego que nazca para ver cual le queda bien, como algunos pueblos ancestrales. Conocer el nombre de otro es conocerlo en parte. Los nombres que no se piensan como moda o por como pega con el apellido.

El jefe de la familia desprecia al recién llegado y, por supuesto jamás lo nombra, no le pregunta el nombre y no habla mucho con él, no le deja contestar, le pregunta a los otros miembros de la familia mencionándolo como “él”. “Tu padre no dice mi nombre” Todos los encuentros son fríos e inconclusos, permanentemente se corta toda conversación generando una tremenda sensación de angustia.

Para ubicarnos un poco debemos pensar en Noruega, en un viento permanente y un tiempo oscuro. Las frialdades personales tienen otro tenor en esos climas. Para compararlo en nuestras tierras podríamos pensar un poco en la gente del campo patagónico o cordillerano del sur. Tierra en las que los hombres encuentran parte de sus raíces en los inmigrantes anglosajones o de Europa del Este. Juntemos a eso las a veces solitarias vidas y los climas inhóspitos y entenderemos ese tipo de frialdad, ese trato corto. Allí te pueden estar cebando mate media hora antes de comentarte algo sobre el clima, ya no digamos algo personal. Noruega es las antípodas en otro sentido que Japón. Esta obra es también una manera de asomarse a ese mundo, algo así como ver teatro Kabuki nos asoma a la manera de ser japonesa.

El novio comienza a contar una historia sobre su idea de los niños no nacidos, ellos conversan, hablan con sus almas en algún lugar y no eligen donde irán, alguien los manda aunque no quieran. A Bea esto la angustia sobremanera. Bea sueña con darle el nombre de un antiguo amigo y novio que hace su aparición “Bjarne” y allí se vuelve a medir la importancia del peso de un nombre. Este Bjarme es la única persona de todo el grupo al que el padre llama por su nombre, saluda con alegre camaradería y se interesa por él.

Una maquinaria genial de angustia diseñada por un relojero y, me parece, traducida con un respeto y un buen gusto admirables.

La puesta es interesante ya que aprovecha el tamaño de la sala para largos ires y venires de los familiares en extraño ciclo de vida en medio del mal clima. Las actuaciones muy buenas. Me gustaron especialmente Fabiana Falcón, Horacio Marassi y sobre todo María Eugenia López que compuso sobriamente a Bea, sin ahorrarse nada de las emociones que se agitan ahogadas en el alma. María Inés Senabre

http://espectaculosalamod.wordpress.com/boletines-criticas-etc/el-nombre-jon-fosse-octubre-2010/

El Nombre, publicado por Agencia NAN

En la obra teatral dirigida por Analía Fedra García una historia de familia que no remite a la argentinidad pero tampoco la desmiente la acción no está en lo que se dice, sino en lo que se teje invisible en personajes atormentados. Y los vínculos están en lo que se oculta y aparece en un gesto descuajeringado.

Por María Daniela Yaccar
Fotografía gentileza de El nombre

Buenos Aires, octubre 26 (Agencia NAN-2010).- La palabra que se calla produce dolor de estómago, dijo --¿quién si no?-- Friedrich Nietzsche, en ese libro de tono autobiográfico que es Ecce Hommo. La palabra que se calla, da a entender aquella frase, no es sinónimo de silencio. O mejor: el silencio es sólo una parte, su cara visible. Resulta que hay, al mismo tiempo, algo que permanece escondido, que se guarda, que se cubre bajo el manto de la impotencia, la piedad, la vergüenza, la falsedad, la envidia o cualquier sentimiento de resguardo del que se trate.

¿Por qué comenzar con “la palabra que se calla” para hablar de El nombre? Porque el aspecto más atractivo de la obra que dirige Analía Fedra García --y que tradujo junto a Luis Cano-- los viernes a las 22.45 en La Carbonera (Balcarce 998) es que todos los personajes tienen algo para callar. El texto es del noruego Jon Fosse, dramaturgo poco conocido en Argentina --sus obras no han sido editadas; difícil saber dónde está el problema, si es de traducción o de edición--, aunque haya sido señalado por muchos como el sucesor de Ibsen. Y, precisamente, si la actualidad dramática tiene un amo de los silencios, ése es Fosse.

La historia ha nacido en un país remoto y eso se nota: no hay nada en la obra de García que remita a la argentinidad. Pero lo cierto es que tampoco existe algo que la desmienta. Para empezar, se trata de una historia familiar, y hay condimentos en las familias a los que les cabe la categoría de universales. Hay un embarazo no adolescente pero sí joven que podría leerse como no deseado. Hay una pareja que no se entiende demasiado bien. Hay un padre al que, supuestamente, no le gustará nada tener un nieto.

Beate (María Eugenia López) llega a la casa de sus padres con su futuro bebé a cuestas. Ella y su novio (Alfredo Staffolani) tienen menos alegría que un potus por ese futuro que los espera, inevitable. Por lo poco que conversan, se entiende que al padre de ella (Horacio Marassi) no le caerá bien la noticia. Completan la familia la madre de Bea (Fabiana Falcón) y su hermana (Verónica Mayorga) que, con sus extrañas personalidades --la realidad es que todos los personajes están envueltos por el halo de lo impredescible--, no hacen más que sumar tensión a la historia. Esa es la palabra que predomina en la obra, su clima: tensión, que gira alrededor de una espera inesperada, alrededor de un niño que todavía no tiene nombre.

La tensión crece cuando se incorpora a la trama Bjarne (Sebastián Raffa), un viejo amor de Beate. La historia es agitada, hasta incluye engaños, y sin embargo pasa poco. Porque, como en Chéjov, la acción no está afuera. No está en lo que se dice, está en lo que no, en lo que se teje invisible en esas personalidades atormentadas. Y los vínculos están en lo que se oculta, pero que a veces aparece en un gesto descuajeringado.

En eso de decir mediante gestos destaca el trabajo de Staffolani, el novio compungido al que nadie le concede demasiada atención, pese a que arriba a esa casa por primera vez. En efecto, a nadie le interesa, siquiera, saber su nombre. Sabe, Staffolani, transparentar su tristeza, con sus ojos celestes siempre vidriosos, al borde del llanto que nunca ocurre. Es interesante, en tal sentido, el juego que se le propone al espectador: será él el encargado de descifrar el por qué de las tristezas y de los silencios de los personajes. Todos callan por motivos diferentes, que por supuesto no son dichos.

Acompaña a ese silencio abrumador el escenario en que la historia transcurre, una casa de campo estancada en el tiempo. Y contrasta con él el constante soplido del viento, un acierto desde el punto de vista de la puesta, porque el sonido no se queda en la mera decoración; opera en sentido narrativo. Se cuela en los diálogos incómodos en los que lo que no se nombra vuelve, a la manera del espectro de Lacan porque vuelve transformado.

http://agencianan.blogspot.com/2010/10/el-nombre-en-la-carpinteria.html

20 de octubre de 2010

CRITICA TEATRAL: EL nombre: Amor… no se va a llamar

En los intersticios de las relaciones, en los silencios que dicen más que las palabras, en la imposibilidad de nombrar –porque sino compromete o duele-, ahí se entromete la obra El nombre, de Jon Fosse con dirección de Analía Fedra García.

Hay un merito enorme en la traducción del texto, realizada por la misma directora y Luís Cano, ya que en la cadencia del mismo esta basada el tempo y la profundidad de la pieza. Los diálogos (los que se concretan y los sordos), los pequeñísimos monólogos, la cotidianeidad de las palabras, junto con sus pausas, son una finísima pero abigarrada red en la que se sustenta el devenir desangelado y opaco de esos seres.
Otro merito, esta vez en la dirección, es el registro minimalista y puntilloso que se eligió para exhibir ese mundo, tanto en el delineamiento de los personajes como en sus interrelaciones.
Porque, a modo de los icebergs, el mundo interior de cada uno de ellos es vislumbrado en la superficie de lo cotidiano. Nada es banal o sin sentido en las frases, silencios o acciones de estos seres. El gran hallazgo de García es que ahondando en esta cotidianeidad es donde halló el denso extrañamiento que envuelve la obra.
Un elenco sensible e impecable permite que la pieza no abandone, en ningún momento, su lograda cadencia. Las actrices y los actores logran intensas aristas. Así se puede sentir la ternura desamparada de María Eugenia López; el miedo al compromiso de Alfredo Staffolani; el desencanto de Fabiana Falcón y Horacio Marassi; la juventud que no halla su lugar de Verónica Mayorga; y la desaprensión de Sebastián Raffa.
El diseño de escenografía y vestuario de José Daniel Menossi se imbrican con la idea de que lo cotidiano de paso a lo extraño. Es de vital importancia el sutil diseño de luces de Marco Pastorino.
El nombre es una obra que llama a pensar el porque cuesta tanto llamar las cosas por su….

Gabriel Peralta

5 de octubre de 2010

Jon Fosse - El hombre de los silencios; el hombre de Noruega

Considerado sucesor de Ibsen y de Beckett, es uno de los dramaturgos contemporáneos más respetados; en diálogo con LA NACION, anuncia el retorno al teatro de texto

Lunes 4 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa



Por Pablo Gorlero
Enviado especial

OSLO.- Hace dos semanas, Noruega llenaba sus paladares con el exquisito néctar de las nueve musas. Alrededor de la plaza Spikersuppa, en una esquina podía escucharse un fragmento de La Traviata, y dos cuadras más adelante, un espléndido cover de jazz. A los cien metros, la estatua de Henrik Ibsen, envuelta en cintas rojas, blancas y azules, le hacía un guiño a un dramaturgo sucesor que, discreto, se deslizaba por el teatro Nacional. Gordito, con la nariz colorada y terriblemente tímido, a Jon Fosse no le quedaba otra que escurrirse por los pasillos de esa belleza arquitectónica para recibir un premio soñado y para hacerse cargo de ser el referente teatral contemporáneo más fuerte de Noruega.

El autor de El nombre , La noche canta sus canciones , El hijo y tantas otras obras de la nueva dramaturgia europea, recibió el Premio Internacional Ibsen 2010, el mismo que el año pasado le dieron a la directora francesa Ariane Mnouchkine y el año anterior a Peter Brook. Pero no sólo es un premio que envuelve de prestigio, sino que es una caricia a la tranquilidad económica: otorga nada menos que 300.000 euros.

Fosse viajó desde la bellísima ciudad de Bergen, donde reside, y estuvo toda esa mañana deambulando por el teatro para recibir a las autoridades y a la prensa. Pasado el mediodía, a media tarde, durante la sencillísima ceremonia, subió al escenario, recibió un ramo de flores, un enorme diploma y ubicó el premio bajo su axila. Aunque tenía el micrófono inalámbrico puesto, quiso escapar sin hablar. Lo detuvieron y no le quedó otra que agradecer y justificar sus pocas palabras porque había bebido un poco de más en el almuerzo. Era una excusa graciosa. A Fosse le ganan siempre la timidez y la humildad, pero el humor lo rescata de ese color rojizo que suelen tomar sus mejillas.

El comité del Festival Ibsen comunicó que ese gran premio era para Fosse por "su autoría dramática única, que abre puertas escénicas a los mudos misterios que persiguen los seres humanos desde el nacimiento hasta su muerte".

Hoy en día, Jon Fosse es uno de los principales nombres de la dramaturgia moderna europea. Y para los noruegos es su principal embajador cultural, ya que su sensibilidad abraza los cinco continentes desde 1994. Con orgullo, sus compatriotas contabilizan unas 900 producciones de sus obras en todo el mundo (pero, sin duda, debe de haber más). Sólo tiene 50 años y se siente un marginal en el mundo artístico. No suele ir al teatro y se adentró en el mundo de la dramaturgia sólo por pedido. Ya en sus primeras obras, Jon Fosse demostró que pronto su estilo comenzaría a hacerse visible. Lo caracterizan sus diálogos poéticos, sus repeticiones y la ausencia de esos conflictos incisivos que conforman el núcleo del drama occidental.

En la hermosa terraza del teatro Nacional (ver aparte) recibió a LA NACION, único medio de América latina, para hablar brevemente de su carrera y este momento de homenajes y reconocimientos. "Estoy sorprendido por la decisión de este jurado, integrado también por alguien a quien admiro mucho y que es muy respetado: Patrice Chéreau. Estoy muy agradecido por que me hayan elegido", afirma en referencia al premio.

-Con Patrice Chéreau trabajó muy directamente en el montaje de Yo soy el viento . ¿Suele trabajar al lado de algunos directores en los montajes de sus obras?

-No, en absoluto. El director seguramente ve al autor como una carga. En el caso de Chéreau, es distinto. Intercambiamos e-mails con frecuencia. Me hacía preguntas y se las respondía lo mejor posible. Pero nunca voy a ensayos ni nada por el estilo.

- Y cuando sale de ver sus obras, ¿suele opinar sobre el montaje?

-Tengo una política que consiste en no hacer declaraciones oficiales sobre las puestas que he visto de mis obras. Es muy difícil que vean mi opinión en los diarios sobre alguna obra. Los dejo a todos contentos. Mucho menos podría hacer un comentario al salir de un estreno. Los artistas salen con cierta felicidad, aunque sepan que lo que hicieron no es de lo mejor. Bueno, pasalo lindo. ¿Por qué tengo que arruinarte la noche?

-¿No le da un poco de miedo o curiosidad cuando otorga el permiso para que representen sus obras en el exterior?

-Me entusiasma mucho saber de la existencia de alguna producción en otro país. Y cuanto más lejano sea, más me gusta. He viajado 24 horas para ver alguna de mis producciones. Mi responsabilidad se limita a la adaptación. Confío en la publicación original, pero no puedo hacer un estricto control de las traducciones. Es casi imposible. Sé lo que son las traducciones y que las puestas varían, pero mi parte está hecha en el texto. Bueno, claro que he visto algunas producciones malísimas y otras muy buenas. Pero me interesa cómo trabajan los directores con mis textos. Cuanto más fuertes son las voces de los directores, y cuanto menos buscan imponer mi presencia, más puros aparecen mis textos. Es extraño. Uno de los peligros es imponer la voz del autor.

-Pero usted siempre manifiesta una gran preocupación, un interés especial por el lenguaje teatral...

-Mi ambición es que la esencia de la escritura sea clara y que refleje de un modo fiel lo local y lo universal a la vez. Pero también trato de desaparecer, aunque se advierta claramente mi presencia, la del autor. No soy muy consciente de lo que escribo cuando lo estoy haciendo. Prefiero ignorar sobre lo que escribo y sólo intento escribir lo más preciso que puedo. Claro que estoy diciendo algo, y sé que el texto dice algo sobre mí.

-¿Por qué dejó la novela para dedicarse a la dramaturgia?

-Empecé a pensar que la perspectiva de mi escritura era muy distante en las novelas. En ese sentido, es más fácil escribir teatro, porque estás en todos lados y en ninguno a la vez. Estás más cerca de vos mismo y conectado.

-¿Cuál es su relación con el teatro de Ibsen y qué siente cuando lo comparan con él?

-Es una pregunta interesante. Eso es injusto con Ibsen y conmigo. El era un dramaturgo inmenso. No podemos comparar a Pinter con Ibsen, ni a él con Shakespeare. No está bien comparar a un dramaturgo tan enorme como Ibsen conmigo.

-Escuché por ahí que siempre escribe acompañado...

-Sí. Para mí es un placer enorme el trabajo creativo, en Bergen, con esos paisajes y con la compañía de mi perrito. Es el tercero que tengo. Quise ponerle Beckett, pero es tan chiquito que no corresponde que lo llame así... Tampoco lo podía llamar Ibsen. Así que decidí llamarlo Eckhard.

-¿Cómo lleva una vida normal alguien a quien todo el mundo todo el tiempo lo llama genio? ¿Le afecta el ego?

-No; para ser sincero, trato de vivir mi vida del modo más distante a eso. Hay algunas ocasiones sociales muy raras. Pero sigo con mi pequeña y normal vida.

-Encontró un atractivo especial en revisar tragedias griegas...

-He reescrito versiones de Edipo rey, Edipo en Colona e Ifigenia . Sólo trato de escuchar esas voces tan antiguas. Son tan fuertes. No es difícil, en ese sentido, ajustar las voces y hacerlas hablar a mi modo.

-En sus obras, aquello que sus personajes no dicen es casi tan importante, o más, que aquello que dicen. Esos silencios hablan en usted a la hora de pensarlos.

-Creo que en mi escritura, e incluso en un sentido más amplio, no es tan importante lo que se dice, y lo que se dice no está precisamente ni en las palabras ni en los bordes. Lo que está en el lado invisible es lo importante porque en lo invisible está lo dicho. Para escribir una buena obra, tenés que escribir pensando en esas fuerzas que no se ven. En una buena producción lo invisible se hace casi visible. Esa es la esencia del teatro.

¿Qué piensa de las nuevas tendencias teatrales en el mundo?

-Cada país es diferente. En Alemania, por ejemplo, hay algunas formas nuevas, pero corresponden a formas de transición. No hay grandes tendencias mundiales.

-¿Hay un regreso al teatro de texto?

-Puede ser. En los años 80, uno trataba de hacer teatro de acuerdo con un modo determinado, pensando en los artistas. Pero cuando ya pasaron 15 o 20 años, uno se aburre porque ya vio esas performances muchas veces. Puede ser que estemos yendo de regreso a las obras de texto.

PARA AGENDAR

El nombre , de Jon Fosse, dirigida por Analía Fedra García.

La Carbonera , Balcarce 998 (4362-2651). Viernes, a las 22.45. De 25 a 40 pesos.





http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1310989

El nombre II Por Agustina Barboza

A veces la ausencia de algo, es una forma de expresar una idea. Cuando entramos a La Carbonera, lo primero que se nos pasa por el cuerpo como una sensación es la austeridad de la escenografía.

Al inicio de la obra, nos encontramos con una de las actrices. Esto es lo que aporta una presencia fuerte que contrapone la aparente carencia de significado de los elementos.

El espacio es único. El living de una casa perdida en un pueblo pesquero. Una familia recibe la visita de una de sus hijas que se había ido hace un tiempo por motivos no especificados. El embarazo de ella es la gran noticia.

El nombre habla de reencuentros, de desencuentros. La comunicación y la falta de ella. La ausencia de palabras y la ausencia de la expresión en el habla. La gestualidad es el elemento que se rescata como vía de expresión de lo que se piensa piensa y se quiere.

Sin embargo no es una historia muerta, por el contrario, esta cargada de intenciones y de pensamientos que se quedan en la ausencia del silencio, pero que pesan por si mismos y que constituyen un elemento importante en la puesta en escena.

Algo que pareciera ser (también) de gran importancia en esta obra son las entradas y salidas de los personajes a este espacio. La directora resalta estas acciones con una escenografía que ayuda a marcar los pasos de los cuerpos en el espacio. Una puerta que da a un pasillo y este a la cocina, un recorrido del actor en un supuesto espacio neutro pero que a su vez se ve su presencia física. La presencia corporal de los cuerpos también tiene gran peso en la historia, tengan o no texto. Importa el estar in situ, para a veces, remarcar la soledad de los personajes.

Es interesante la química que los actores tienen en escena, y los opuestos que por ocasiones proponen los personajes de la historia-

El final es extraño, en cuanto a texto ya que nos deja un sin sabor, que a su vez tiene relación con el no significado de otras acciones de la obra.

La obra cierra nuevamente con la presencia de la actriz protagónica.

Después de todo, seguimos sin saber el nombre de él o de ella.

http://www.leedor.com/notas/ver_nota.php

“La soledad de los fiordos”- Por Silvia Sánchez Urite

Jon Fosse, nacido en 1959 es el dramaturgo actual más importante de Noruega. Considerado como el heredero de Ibsen, en Argentina se han estrenado tres de sus obras y hay dos en cartel:

Las obras estrenadas en Buenos Aires son: El Hijo (Sonen), dirigida por Martín Tufró y estrenada en 2008 en el Camarín de las musas; La noche canta sus canciones, dirigida por Daniel Veronese, actualmente en el Teatro Timbre 4.

Llega una nueva pieza, El nombre, con dirección de Analía Fedra García, en el Teatro La Carbonera del barrio de San Telmo.

La historia, como todas las de Fosse, es simple: Bea, una mujer con un avanzado embarazo llega a la casa de sus padres con su pareja, un chico mas joven que ella. Allí está su familia: la díscola hermana menor, la terrible madre y el autoritario padre. Y también ronda la figura de un ex novio.

Los climas de las obras de este dramaturgo noruego se pueblan de casas lejanas, vientos de los fiordos, soledad, estepa. Y también ausencia en los rostros.

Bea parece enojada y victimizada al mismo tiempo, esa contradicción hace crecer su personaje. “Él”, el novio vive en un mundo de libros, completamente ajeno a la fauna local (la hermanita, la madre, el padre). Una de las mejores escenas es cuando estos sórdidos personajes sueltan groseras risotadas ante las extravagantes lecturas (metafísicas) del chico.

Hay preguntas sin respuesta, y eso es lo rico. ¿Por qué se fue Bea? ¿Qué pasó con la hermana mayor, apenas mencionada algunas veces? ¿Cuál es la tensión entre el padre y la madre?

La escenografía, simple y escueta apela a un imaginario boreal. Puertas en el aire, ventanas transparentes. Sin embargo, el universo de Fosse se puede universalizar. La traducción de Luis Cano y Analía Fedra García es acertada, y no perturba el desenvolvimiento del discurso de los personajes.

Entre las actuaciones se destacan María Eugenia López (Bea), Horacio Marassi (padre) y Verónica Mayorga (Hermana). Los otros integrantes del elenco acompañan de forma adecuada: Fabiana Falcón (Madre), Alfredo Staffolani (Chico) y Sebastián Raffa (Byarne).


http://www.silviauriteteatro.blogspot.com/

27 de septiembre de 2010

El que es uno por Daniel Gaguine

De Jon Fosse. Traducción: Luis Cano y Analía Fedra García. Con Fabiana Falcón, María Eugenia López, Horacio Marassi, Verónica Mayorga, Sebastián Raffa y Alfredo Staffolani. Escenografía: Jose Daniel Menossi. Diseño de luces: Marco Pastorino. Música original: Gustavo García Mendy. Fotografía: Nestor Barbitta. Diseño gráfico: Laura Rovito. Asistencia de dirección: Sofia Alberro. Producción: Luis Cano. Dirección: Analía Fedra García

Teatro La Carbonera. Balcarce 998. Viernes, 23 hs.

En ocasiones, transpolar una obra escrita en otro país al contexto argentino suele ser un tema difícil de abordar. Más que nada por la idiosincrasia de nuestro país que no es similar a aquél en donde fue generado el objeto teatral. En este caso, la historia resiste ese traspaso gracias a la traducción realizada asi como en la dirección de actores. El texto se construye a partir de diálogos esquematizados por frases cortas. Bea vuelve a la casa de sus padres, embarazada y con un novio a cuestas que, por su hibridez y falta de compromiso por todo, es una fuerte metáfora a ciertos jóvenes desangelados de las sociedades modernas. La vuelta a “la casita de los viejos” también acarrea el reencuentro con Bjarne, un viejo amor de Bea. Casualmente (o no) estos dos son los únicos que tienen nombre propio en la obra, sentando las bases que cualquiera podría ocupar cualquier rol salvo ellos dos, por tener nombre. Este como identidad mientras a la nebulosa que puede ocupar el “rango” de los otros, como los de madre, padre, hermana, novio o incluso “bebe”. La puesta tiene una escenografía austera y versátil para que el desenvolvimiento de actuaciones exactas respecto a lo que se pide. La esquematización de ideas y la reiteración de diálogos es fundamental en la construcción de sentido aunque a alguno no pueda ver este “detalle”. La música y el trabajo de sonido, con pinceladas en las escenas, otorgan un clima neutro y atrapante. “El Nombre” no es una obra fácil para ver en tanto su estructura tal como hemos mencionado pero vale la pena adentrarse en un mundo no tan lejano y en el cual, con la adición de aditamentos propios, se puede elaborar un todo por demás cercano, familiar y para nada, regocijante.

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